4.17.2011

6. Manifiesto personal

Y es que aunque lo hago con frecuencia, me da miedo soñar. No es el hecho de soñar, es el hecho de regresar jamás, de perderme en mis fantasías. ¿Qué sería de mí? ¿De mi cuerpo real? ¿Acabaría en un psiquiátrico? ¿O deambularía errante como indigente sin rumbo? ¿Importaría si de verdad estoy sumergido en mis sueños? Son preguntas estúpidas. Lo sé. Y sé que no soy el primero ni el último humano en pensarlo, en meditarlo. ¿Qué más da que otros ya lo hayan hecho? Aquí y ahora importo yo (si es que aquí y ahora existen) (digamos que sí, que existen). En realidad es absurdo preguntar cuestiones que no quiero descubrir. Porque tendría que vivirlas. Emborracharme de mis sueños, tirarme al vacío como lo hicieron Léolo y Sumire y como tantos indigentes sin nombre pero que no fueron producto de la imaginación de poetas o escritores.
Y sin embargo, lo quiero. Me seduce el incesante mundo de mis deseos. Todas las ciudades que he construido, todos los amores que he vivido, todos los recuerdos de la vida terrenal que he exportado a mi mundo personal, todos esos recuerdos que he idealizado y que chupan un poco de lo que soy y nutren la nada de la irrealidad.
Y entre todos esos recuerdos se encuentra ella. Ella que no es otra que un invento de mi corazón. Que fue de verdad, que existe en esta tierra y que vive ajena a lo que yo he creado a partir de ella. Ella que alguna vez volví a encontrar y que me resultó tan no-ella. Era la misma que había conocido, pero era otra la que yo había construido en mis fantasías después de llorar 45 días con sus noches. Desde aquella tarde que me plantó, que decidió que lo nuestro no convenía siquiera, llegar a ser. Desde ese entonces soy otro, lo sé. Hay un antes y un después. Y aunque es una tontería que una persona (o la idea que tienes de la persona) tenga tanto peso en el destino que tomas… te es inevitable.
Ahora no sólo me da miedo el fracaso, también la intimidad. Camino buscando amor, pero evitándolo a toda costa. Me gusta jugar a que me enamoro. Me gusta hacer reír a las mujeres, divertirlas. Acariciarlas. Me gusta creer que se pueden enamorar de mí. Saber. Y alejarme, no dar el último paso, ni el paso anterior. Me gusta sentirme seguro; evitar la intimidad.
Y es entonces que me echo un clavado a la alberca de mis sueños. Imagino lo felices que podríamos llegar a ser, con ella, con otras. Pero no concibo imaginar despertar ni con ella ni con las demás. Me encuentro solo. Y no me asusta. Sospecho que me gusta, que lo disfruto. Saber que nada ni nadie se interpone en mi camino, en mi objetivo. En alcanzar mis sueños personales, mis metas. En obtener el reconocimiento y compartir con el mundo lo que hago. Con el mundo… pero no con alguien en particular. Y es ahí donde ya me da miedo. Realizar que has cruzado la meta y no tener aquella cómplice que durmió y despertó contigo y vivió todo ese camino al éxito. Éxito que se vuelve ficción, porque sé bien que la satisfacción se disolverá en un instante y buscaré otro objetivo o tal vez termine por embriagarme, por darme un pasón de mis sueños. Quedar en estado catatónico atrapado en ese mundo perfecto que yo creé para mí, para no tener que soportar la continua desilusión que me gustaba alcanzar; para no tener que soportar (absurdo o no) el sufrimiento diario de humanos que sin conocer afectaban mis sentimientos.
¿Se puede ser feliz? Lo soy. Mas ya no distingo si es porque en mi universo mental he creado tales historias que confortan el alma y apagan la mente; o si de verdad tengo todo lo que quiero en mi vida… al menos por ahora.
Se me podrá acusar de contradictorio, que no hace sentido lo que escribo y que con cada párrafo anulo la premisa del anterior. Soy humano. No es justificación. Me gustaría ser congruente y sin embargo estoy seguro que el día que lo sea me aburriré de mí mismo, de mi perfección robotizada. Me convertiré en un Alfa, de esos seres que Huxley describe en Un mundo feliz. Viviré en paz con la sociedad, careciendo de poesía y demás pretextos, pero sobretodo, ausente de mis sueños y fantasías.
Y es que ¿a quién no le gusta imaginar? ¿a quién no le gusta jugar con la posibilidad de que sonará el timbre del departamento? Sonará y será ella. Me sonreirá, no dirá nada. Se sentará junto a mí, recargará su cabeza en mi hombro y respiraremos el uno del otro. Entonces se sentirá la bella atmósfera de la complicidad.
Y es aquí donde me detengo.
Porque aunque no se me puede acusar de jugar con las fantasías, se que si sigo, caeré en una sobredosis. Y entonces me perderé para siempre. Viviendo esa bella imagen, engañando a mi cuerpo, seduciendo a mi corazón.
Prefiero mantenerme a raya, aunque me cueste. Y es si bien podría escribir cientos de páginas sobre mí, sobre ella… y es que si bien podría escribir novelas enteras… sólo me estaría exponiendo, acercándome cada vez más al precipicio, al agujero negro de los sueños. Basta.

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